Hace unos años la expresidenta Cristina Fernández recordó una anécdota que había contado el General Perón, que una vez le pidió a la dirigencia y militancia peronista que estuvieran atentos y vigilantes, pero que pasado el tiempo se fueron los atentos y quedaron los vigilantes.
El líder del movimiento justicialista sabía de lo que hablaba, en su segundo gobierno que comenzó en 1952, los dirigentes que se destacaban por su labor, pero también por su autonomía, poco a poco fueron reemplazados por obsecuentes con poca capacidad de gestión, que lo único que tenían para demostrar era la devoción al líder. También muchos de ellos, tras el golpe de estado de la revolución libertadora, fueron los primeros en desconocer su pasado e intentar acomodarse a los nuevos vientos.
Perón ya se había dado cuenta de esta situación a mediados de 1955, pocos meses antes de ser derrocado. Haciendo un recambio dirigencial, llamando a la vieja guardia y tratando de refrescar al gobierno, pero era tarde, el golpe ya estaba en marcha y no había nada que lo frene, salvo una guerra civil. Esta situación la había advertido el pensador Arturo Jauretche, quien había sido un destacado funcionario en el Banco Provincia, del quizás mejor gobernador que tuvo Buenos Aires durante toda su historia, Domingo Mercante.
Jauretche reflexionando sobre la obsecuencia reinante que a todo se lo renombrara Perón o Eva Duarte, dijo: “Cuidado, que cuando todo suena a Perón, el que va a terminando sonando es Perón”. Y así fue.
Cristina Fernández en su segundo gobierno entre 2011 y 2015, se rodeó de un grupo de fanáticos que sin experiencia política ni capacidad de gestión coparon prácticamente todo la administración. La Cámpora, la organización entonces juvenil que conducía su hijo desde Santa Cruz, se adueñó de la burocracia estatal y se expulsó o se persiguió a la vieja guardia Nestorista. La “orga” había crecido exponencialmente en militantes tras la muerte del expresidente y fue rápidamente absorbiendo al resto de las juventudes bajo la orden de todos tienen que confluir acá adentro. El resultado fue el mismo que Cristina había advertido sobre la experiencia de Perón y cometió su mismo error, solo se quedaron los vigilantes.
Nunca nadie lo reconoció, pero si los militantes arrepentidos de la “orga”, que tras su salida hablaron de como se boicoteó la campaña de Scioli y que la idea de ellos era adueñarse del supuesto gobierno de Aníbal Fernández en la provincia y de ahí volver con Cristina en 2019. Pero la que terminó ganando fue María Eugenia Vidal y sus planes se derrumbaron. En 2019 Cristina no quiso o no pudo encabezar la fórmula presidencial y eligió a uno de la vieja guardia Nestorista, pero el cual había sido un acérrimo enemigo de ella y la “orga”, Alberto Fernández. El resultado de ese experimento, mejor que ni lo comentemos.
Ahora el peronismo esta desmadrado, es una liga de partidos provinciales y su versión kirchnerista está atomizada prácticamente en la Provincia de Buenos Aires donde se vive una guerra sin cuartel. Conflicto que en menor medida viene de hace años, pero ahora estalló con todo.
Los intendentes del conurbano tuvieron los primeros chispazos en la elección legislativa de 2013, donde un frente entre los renovadores de Massa y el PRO, arrasaron en territorio bonaerense. Ahí se vivieron los primeros momentos de tensión en el cierre de listas y los barones del conurbano aceptaron a regañadientes las imposiciones de quienes manejaban la lapicera por pedido de Máximo y de Cristina, Wado de Pedro y aunque ahora suene irreal y bizarro, José Ottavis.
Meses después en la institucionalización del PJ provincial, iba a llegar la revancha. Se había acordado lista de unidad y había que conformarlas, a la hora de agarrar la lapicera, según consignó en ese momento el sitio La Política Online (LPO), la dupla camporista Wado y Ottavis anunció que “por pedido de la Presidenta y de Máximo” necesitaba una serie de lugares en las listas de la nueva conducción del PJ bonaerense, además de los cargos de la rama juvenil.
Los intendentes hartos de esas imposiciones los frenaron en seco, “Mira te voy a decir una cosa, estamos hartos de comernos estos caramelitos”, arrancó el intendente de Ituzaingó, Alberto Descalzo, mirándolo a los ojos. “A ustedes no les vamos a dar nada porque la estrategia y las listas que armaron en la Rosada fueron un desastre, ahora la estrategia va a quedar en manos de nosotros los intendentes, que somos los que tenemos los votos”, agregó. “Estamos hartos que no nos tengan en cuenta para nada. Perdimos por culpa de ustedes, de Zannini, y esto va a cambiar”, agregó furioso mientras lo señalaba con un dedo. Al lado de Ottavis, el diputado Wado de Pedro iba empalideciendo.
Junto a Descalzo, asentían sus pares de la primera, Raúl Othacehé, Hugo Curto y Mariano West. “Ustedes no tienen un voto y desde que agarraron la manija del Gobierno así nos va”, agregó el intendente.
Quien luego tomó la palabra según consigna LPO, fue el actual intendente de Berazategui, Juan José Mussi, en ese entonces Secretario de Medio Ambiente, pero que venía de encabezar la lista de diputados provinciales por la tercera sección electoral. En esa sección fue la única donde Massa no arrasó y Mussi pudo ganar salvando del papelón al kirchnerismo.
“Mirá Ottavis, gracias a los votos que yo saqué en Berazategui y en los municipios del sur, pudimos salvar la elección en la seccional y meter diputados. Estamos hartos que nos chapeen con Cristina y con Máximo, estamos hartos que se metan en todos lados”, comenzó Mussi, retomando la línea de Descalzo.
"Estamos hartos de que Máximo opine desde el Sur, si no entiende nada. ¿Qué sabe Máximo del Conurbano?", advirtió Mussi. “Yo fui intendente, soy funcionario nacional y nadie habla conmigo, arman las listas sin hablar con nosotros”, siguió quejándose.
En 2021 cuando aún faltaba un año para que terminaran los mandatos al frente del PJ provincial, por orden del entonces ministro del interior, Wado De Pedro, quién ya se había perdido a su socio en estas artes, José Ottavis tras sus escándalos, llamó a Fernando Gray, intendente de Esteban Echeverría y le solicitó que renuncie a la vicepresidencia del partido para que pueda asumir Máximo Kirchner, pero este se negó. En una asamblea de la hoy muchos se arrepienten, La Cámpora tuvo éxito y pudo convocar a elecciones anticipadas y el hijo de la ex vicepresidenta fue el candidato único y asumió la presidencia. Gray quedó en ese entonces solo en su cruzada.
Pero las derrotas en el peronismo son siempre trágicas y traen revuelo. La elección presidencial pasada y el fallido gobierno de Alberto Fernández, con La Cámpra haciendo oposición interna, prácticamente destruyéndolo en público y en privado, pero sin soltar ninguna de las cajas ni los puestos de gobierno, hicieron que fueran mirados con recelo.
En un movimiento cuyo origen tiene un líder supremo y siempre fue verticalista, quedarse sin referentes es parecido a la orfandad, por eso muchos vieron una oportunidad a futuro en Axel Kicillof, el gobernador provincial, quien ganó en la Provincia con más votos que Massa y es la única figura no tan mal vista por la sociedad. Es por eso que muchos intendentes se empiezan a encolumnar en su figura para poder tener un polo de poder y resistir a lo que definen los delirios de La Cámpora, que es casi como decir, los delirios de Máximo y de Cristina. Incluso quienes más promueven esta independencia son dos ex ultra kirchneristas, los intendentes de Ensenada, Mario Secco y el de Avellaneda, Jorge Ferraresi.
Todo esto surge porque ven una avanzada de los camporistas en contra de la figura del gobernador, entonces eso marca un límite, dijeron hasta acá llegamos. Si bien la mayoría niega estas tensiones cuando se pregunta en on, la realidad los sobrepasa y todo sale a la luz. Incluso ayer el periodista ultra K, Norberto Navarro estalló de furia contra los acólitos de la “orga”.
"Voy a hacer un comentario sobre La Cámpora. Yo ya les conté que La Cámpora hace poco tiempo fue a Telecentro a pedir que nos saquen de la cablera porque están molestos por nuestras opiniones", contó Navarro en su editorial. "Cuando fue lo de Telecentro lo conté y después empezaron operaciones de La Cámpora con Clarín, con el que tienen muy buena relación. Los capos de La Cámpora se reunieron con el director de institucionales hace muy poco tiempo y lo que dice el director es que no pidieron por Cristina, pidieron por ellos", acusó el periodista.
"Esto no es una monarquía, no sos el principito. No aprietes", dijo luego en clara referencia a Máximo Kirchner. "No me dejé apretar por Macri, menos por ustedes. Son unos cobardes de usar a Clarín contra un medio que se la bancó. Por lo visto también Navarro eligió estar del lado de Kicillof.
Ahora todo esto se produce increíblemente en una Argentina que dejaron devastada y cuyos errores posibilitaron que llegara un outsider a la presidencia como Javier Milei, con ideas diametralmente opuestas a las que ha promovido el peronismo históricamente.
En la semana un dirigente de la tercera sección me relataba el estado de orfandad en el que se encuentran los dirigentes, pero también los militantes. “No tienen ganas de salir a los barrios, porque no tienen nada que contar, la gente se muere de hambre y aunque muchos odien a Milei, también nos odian a nosotros que los dejamos en esta situación y encima se tienen que bancar este gobierno”, me dijo con resignación este dirigente.
Otro dirigente, pero de la zona oeste del conurbano, de la línea más ortodoxa me señalaba: “Axel tiene que hacer malabares para poder administrar una provincia que es la más afectada por el mal reparto de la coparticipación y que encima es perseguida por Milei, a eso le tenemos que sumar que estos cincuentones que aún le decimos pibes, le armen una interna como hicieron con Alberto, el verdadero sanguchito es el gobernador”.
Paradojas del destino, al comienzo de la nota citábamos la enseñanza de Perón que había mencionado Cristina, al parecer ni ella ni sus fans la aprendieron. Todo sigue patas para arriba en la principal fuerza de oposición, en los cuales muchos de sus referentes parecen vivir en otra planeta mientras su militancia y base social sufren de orfandad política y de representación, al borde de la frustración y la desesperanza.